La máquina del tiempo

En la edad de oro
En un momento estuvimos cara a cara, yo y aquel ser frágil, más allá del futuro. Vino directamente a mí y se echó a reír en mis narices. La ausencia en su expresión de todo signo de miedo me impresionó en seguida. Luego se volvió hacia los otros dos que le seguían y les habló en una lengua extraña muy dulce y armoniosa.
Acudieron otros más, y pronto tuve a mi alrededor un pequeño grupo de unos ocho o diez de aquellos exquisitos seres. Uno de ellos se dirigió a mí. Se me ocurrió, de un modo bastante singular, que mi voz era demasiado áspera y profunda para ellos. Por eso moví la cabeza y, señalando mis oídos, la volví a mover. Dio él un paso hacia delante, vaciló tocó mi mano. Entonces sentí otros suaves tentáculos sobre mi espalda y mis hombros. Querían comprobar si era yo un ser real. No había en esto absolutamente nada de alarmante. En verdad tenían algo aquellas lindas gentes que inspiraba confianza: una graciosa dulzura, cierta desenvoltura infantil. Y, además, parecían tan frágiles que me imaginé a mí mismo derribando una docena entera de ellos como si fuesen bolos. Pero hice un movimiento repentino para cuando vi sus manitas rosadas palpando la Máquina del Tiempo. Afortunadamente, entonces, cuando no era todavía demasiado tarde, pensé en un peligro del que me había olvidado hasta aquel momento, y, tomando las barras de la máquina, desprendí las pequeñas palancas que la hubieran puesto en movimiento y las metí en mi bolsillo.
Luego intenté hallar el medio de comunicarme con ellos. […]
Una pregunta se me ocurrió bruscamente: ¿estaban locos aquellos seres? Les sería difícil a ustedes comprender cómo se me ocurrió aquello. Ya saben que he previsto siempre que las gentes del año 802.000 y tantos nos adelantarán increíblemente en conocimientos, arte, en todo. Y, en seguida, uno de ellos me hacía de repente una pregunta que probaba que su nivel intelectual era el de un niño de cinco años, que me preguntaba en realidad ¡si había yo llegado del sol con la tronada! Lo cual alteró la opinión que me había formado de ellos por sus vestiduras, sus miembros frágiles y ligeros y sus delicadas facciones. Una oleada de desengaño cayó sobre mi mente. Durante un momento sentí que había construido la Máquina del Tiempo en vano.

La máquina del Tiempo, H. G. Wells

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